En la actualidad no hay duda de que la humanidad se está enfrentando a situaciones de difícil gestión: la pandemia, que ha afectado a casi la totalidad del planeta y que nos ha tenido a todos en situaciones de confinamiento, aislados los unos de los otros; la gran duración de este fenómeno; la incertidumbre sobre el futuro que ha asolado una sociedad de alta exigencia, de un desarrollo constante y una necesidad de cumplir un sinfín de demandas en una sociedad cargada de variedades y estereotipos.
Todo esto ocasiona una alta sensación de incontrolabilidad, de frustración, de miedo, culpa, situaciones que van dejando memorias emocionales que van afectando poco a poco a la identidad de cada uno de nosotros.
Es en este contexto, de alta exigencia, alta incertidumbre y baja sensación de control donde el ser humano corre el riesgo de entrar en crisis, de frenar su desarrollo e incluso de enfermar, y es donde muchos hablan de la palabra resiliencia.
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¿Qué es la resiliencia?
Si acudimos al saber popular, la resiliencia está considerada como la capacidad o fortaleza que tienen algunos individuos para adaptarse y superar situaciones críticas. Muchas veces relacionamos este término con algo genético, algo intrínseco que se tiene o no se tiene y que es propio de personas fuertes capaces de afrontar cualquier problema sin ayuda de nadie.
Pero ¿qué es realmente la resiliencia? ¿Se puede adquirir o aprender? ¿Es algo que solo depende de los lazos emocionales tempranos? ¿Son solo algunos afortunados los que poseen esta gran cualidad?
Si nos basamos en uno de los padres de la resiliencia, Boris Cyrulnik, autor de libros como Los patitos feos, o Las almas heridas, esta cualidad se define como la capacidad que tienen los seres humanos sometidos a situaciones adversas de superarlas y poder salir fortalecidos de ellas.
«La resiliencia tiene algo diferente, habla de un crecimiento, una evolución y del fortalecimiento real de la persona».
Por ello, la resiliencia no habla de la capacidad de resistir el golpe, sino de utilizar ese golpe como motivo de un aprendizaje posterior, de un crecimiento individual que lleva al individuo a una versión mejorada de sí mismo. Entonces, ¿esta capacidad solo es característica de las personas más fuertes? La respuesta a esta pregunta es un rotundo NO, la resiliencia es algo que es de todos, algo que se puede desarrollar.
Cómo se desarrolla la resiliencia
Inicialmente se pensaba que la nutrición emocional recibida en los primeros 5 años de vida condicionaba la capacidad de afrontamiento afectivo del individuo. Sin embargo, el propio Cyrulnik, con sus estudios sobre niños en campos de concentración, habla de que, aunque ciertamente los apegos formados en la primera infancia son muy importantes, los individuos que no han podido tener apegos seguros en la primera infancia posteriormente pueden conseguir salir reforzados de situaciones traumáticas.
¿De qué depende entonces? Lejos de ser algo genético e individual, la resiliencia tiene un componente social muy importante, no es algo de uno mismo, sino de un yo en relación con su contexto social, de una figura afectiva que permita al individuo sentirse seguro y así poder reactivar la evolución del individuo, y hablamos de reactivar porque un suceso traumático supone un bloqueo en el desarrollo de la psique de un individuo.
Cyrulink establece que no existe edad en la que la resiliencia deja de actuar, ya que incluso en pacientes con Alzheimer con déficit en la comprensión del lenguaje, gracias al apoyo afectivo de una red social sana, puede mostrar mejoras considerables.
Cuando uno vive una situación adversa, se generan dos fuerzas, una hacia la destrucción (sufrimiento) y otra hacia la reconstrucción (aprendizaje). Que un individuo quede bloqueado en un suceso traumático, ya sea un duelo, un sentimiento de abandono o una crisis económica, es porque esa segunda fuerza no ha podido aparecer, porque no se ha podido elaborar ese suceso para producir ese aprendizaje que hará al individuo más fuerte.
«No es más fuerte aquel que resiste, sino aquel que puede evolucionar, quien puede sacar crecimiento del dolor».
Mucha gente confunde resiliencia con resistencia. Existe gente que aguanta golpes y sigue adelante, pero sin saberlo estas situaciones han creado tales huellas emocionales que de forma consciente o inconsciente van afectando y condicionando la vida de la persona. La resiliencia tiene algo diferente, habla de un crecimiento, una evolución y del fortalecimiento real de la persona.
Es aquí donde entra en juego la red social, un apego seguro, un vínculo que ofrezca una buena nutrición, que permita al individuo ese espacio, esa seguridad, esa validación y ese sentirse querido para poder permitirse gestionar, procesar, reestructurar y retomar el desarrollo individual.
Por lo tanto, la resiliencia se teje, no es un individuo, ni una sociedad, es una interacción entre ambas, dejando así fuera de la ecuación a individuos fuertes o débiles. El ser humano es un ser social y necesita de los vínculos afectivos para su correcto desarrollo, para su protección y su bienestar. La autoestima, con la ayuda y la mirada de los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas representaciones, acciones, compromisos o relatos.
La resiliencia en el mundo actual
La tendencia hoy en día es ir en dirección contraria a lo que acabamos de mencionar. Existe la creencia de que ser fuerte es resistir golpes, es poder solo y aguantar, no estar mal y lidiar con cuántos más problemas de forma autónoma, mejor.
Cada vez son más las sociedades individualistas, cada vez son hay más sistemas competitivos en lugar de colaborativos, cada vez es menos el compartir emocional y más el compartir intelectual, cada vez se asocia más pedir ayuda como debilidad y el no pedir ayuda como fortaleza.
La sociedad es cada vez más exigente, más cambiante, son más las expectativas que hay que cumplir, vivimos en una sociedad que incluso el ocio se ha vuelto una obligación, una sociedad que es la cuna de la cambiante sobreinformación, que no precisamente del conocimiento, una sociedad que cada vez busca más necesidades y exige la excelencia en todas, una sociedad de gran incertidumbre, con baja sensación de control y que nos lleva poco a poco hacia el aislamiento y la soledad.
Finalmente es esta idea de fortaleza y de resistencia lo que poco a poco está condenando a mayor sufrimiento al ser humano, y solo hay que ver la clasificación por prevalencia de las enfermedades según la OMS, donde la depresión y la ansiedad ocupan los primeros puestos. Intentamos salir de un pozo cavando más profundo, nos sentimos culpables por estar mal y nos escondemos para que ese sufrimiento no vea la luz.
Pero si conocemos realmente el término de resiliencia, podemos comprender que no es más fuerte aquel que resiste, sino aquel que puede evolucionar, quien puede sacar crecimiento del dolor. Esta cualidad la posee todo ser humano a lo largo de toda su etapa evolutiva, pero depende necesariamente de un otro afectivo, de un sentirse querido, sentirse seguro, y no existe otra forma que el compartir, el hablar, el querer.
La resiliencia es una gran capacidad que posee todo ser humano, que no solo es de algunos pocos y que todos podemos tener acceso a ello en la medida que nos permitamos ser cuidados, ser queridos y ser acompañados. Existe una gran diferencia entre resistir y sobrevivir y ser resiliente y vivir.
Finalmente, os dejamos una interesante entrevista realizada a Boris Cyrulnik sobre la resiliencia y la pandemia. «Después del coronavirus, creo que la familia y la pareja se verán reforzadas», afirma el neurólogo y psiquiatra.
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