La situación de crisis que ha ocasionado la pandemia del COVID-19 que estamos viviendo ha afectado a toda la estructura social en la que estamos inmersos, ya que, desde las indicaciones estatales, las medidas para reducir el riesgo implican cambiar hábitos y modificar la forma que tenemos de relacionarnos con los demás y con el mundo, en ocasiones, difíciles de normalizar en nuestras vidas. Una de sus principales consecuencias, en el plano psicológico, es la incertidumbre, pérdida de sensación de control, del bienestar, pensamientos negativos recurrentes y trastornos relacionados con el estrés postraumático.
Vivimos en una cultura de la inmediatez y donde tenemos acceso a todo y en el mínimo tiempo posible: mensajes, noticias, compras, relaciones, planes… cualquier necesidad que nos surja, obtenemos la gratificación al instante con tan solo un click con una fuerte sensación de control importante. Junto a esto, añadimos que vivimos nuestra vida con una planificación exigente de nuestro tiempo, organizamos el día, la semana incluso a meses vista tenemos estructurado nuestro futuro….
Pero ¿qué pasa cuando todo nuestro vertiginoso ritmo se ve paralizado porque de repente, nuestra vida se ve obligada a parar, se nos restringe la facilidad de movimiento, de libertad de elección, de tener nuestro propio control ante toda la velocidad a la que vamos…. y tenemos obligatoriamente que echar el freno?.
Nos damos cuenta de que, la incertidumbre, la espera, la frustración por lo que no puede ser y creíamos que sí iba a ser, nos supone una fuente de ansiedad y de estrés importante.
Nos hemos visto obligados a entender y aprender que la circunstancia vivida por la pandemia esta llevado su propio tempo al que debemos adaptarnos, y no va marcado a nuestro propio ritmo y a conocer cómo esperamos que vayan a ser las cosas.
No saber si vamos a podernos ir de vacaciones, viajar, celebrar nuestra boda, ir a clase en septiembre, incorporarnos al trabajo o si vamos a tener trabajo, desarrollar nuestro proyecto, ir al cine, visitar a nuestros familiares, viajar, etc. Nos genera una sensación de inseguridad que nos convierte en vulnerables y frágiles. Esto acompaña una experiencia de sufrimiento, malestar e incomodidad, preocupación, que nos puede provocar sentimientos de frustración e indefensión que nos lleven a desmotivarnos y abandonar nuestras metas e ilusiones, e incluso poder padecer una depresión.
Esto sucede porque tenemos la creencia de que nuestra vida lleva una programación, tenemos agendado absolutamente todo, y además ha de ser fácil, cómodo y placentero todo el tiempo. Por ello, nos cuesta que sea asumible sufrir cualquier molestia que va más allá de cierto nivel de intensidad o duración y en seguida generamos la angustia, el enfado, la frustración o la tristeza.
Ante la incertidumbre sanitaria, económica, laboral y con respecto al futuro en general no sabemos cómo encajar la ley universal de que la vida se basa en certezas y por ello desarrollamos mecanismos de defensa que nos permiten afrontar la ansiedad y que nos producen un alivio al menos momentáneo. Esto nos lleva a relacionarnos con nuestra propia ansiedad y vincularnos a ella, pero en muchas ocasiones no lo hacemos de forma sana llegando a poder enfermar en nuestra salud mental ya que nos bloqueamos, paralizamos, no sabemos responder y nos sentimos perdidos e incapaces de afrontarla.
Por ello, ante lo incierto, podemos vivirlo con desasosiego o podemos adaptarnos a la situación. Pero la aceptación de que no podemos tener el control absoluto de todo, supone una disposición y esfuerzo psicológico por nuestra parte que necesitamos aprender y ajustar.
Lo primero es aceptar nuestras emociones y saber que están cumpliendo su función. Entender que la ansiedad es una respuesta de activación sana y adaptativa para hacer frente al imprevisto que percibimos como amenazante porque nos rompe nuestro equilibrio. Y descubrir que tiene la función de poner en marcha recursos que van dirigidos a resolver, de alguna manera, la situación incierta, y que vamos a generar alternativas de solución.
Esta función está en la base de la psicobiología de nuestro cerebro que, por decirlo de alguna manera, está diseñado para actuar así como base de supervivencia cuando se percibe una señal de peligro y aparece el miedo para activar la reacción fisiológica automática, y de ahí, nosotros mediamos las respuestas racionales para tomar decisiones y actuar. Pero a diferencia de otros seres vivos, que comparten esta misma base psicobiológica, y que les sirve su función para escapar del león y sobrevivir, reponiendo su equilibrio de forma simple pasada la situación de amenaza, el ser humano tiene un aprendizaje social y cultural que en muchas ocasiones nos interfiere para tener esas alternativas adaptativas e interpretar adecuadamente la situación, y nos lleva a tomar decisiones como comprar compulsivamente como si todo se fuese a terminar mañana, o alimentar con preocupación desmesurada nuestra incertidumbre, con suposiciones catastrofistas y negativas recibidas de un sobre consumo de información, por ejemplo.
Por todo esto, es muy importante ser capaces de centrarse en el aquí y ahora, en el momento presente y lo que hay que resolver a corto plazo. En el presente es donde estamos y donde podemos actuar. Con esto recuperamos nuestra capacidad de planificación poniendo los recursos en lo que puedo hacer ahora, y restablecemos la certidumbre ante lo incierto del futuro a largo plazo, siendo flexibles para poder adaptarnos según vaya evolucionando la situación. Así podemos generarnos sentimientos de utilidad y cierta seguridad. Pero esto no lo podemos confundir con el deseo de control absoluto, ya que es difícil poder controlarlo todo. Planificar objetivos a corto plazo con acciones concretas que vayamos llevando a la práctica y podamos tener resultados inmediatos para ir avanzando. Aceptar la preocupación por lo que va a ser la próxima semana o el próximo mes, pero sin magnificar y sin una anticipación negativa. De lo contrario, vamos a generar pensamientos exagerados sobre consecuencias que podamos tener y las llegamos a dar el valor de certeza errónea.
El entender esa preocupación, pero valorando que las cosas pueden cambiar y es posible que pasen, pero, aún no sabemos si eso va a ser mejor o peor, podemos tomar referencia de experiencias ya vividas que han tenido una consecuencia más favorable y en el curso de los acontecimientos podemos modificar esa planificación con más facilidad, adecuándola al momento.
Podemos introducir como herramientas, (además de todas las recomendaciones que hemos recibido en todos estos meses centradas en el autocuidado, actividad física, hábitos saludables, mantener los apoyos sociales y familiares etc.), ejercicios de visualización que puedan ayudar a aceptar posibles escenarios y posibilidades, incluso anticiparnos a la peor situación posible y ver qué podríamos hacer.
Normalmente, cuando nos acercamos a esa experiencia, somos capaces de ver más soluciones posibles que solo generando la preocupación e instalándonos en la inseguridad y el miedo, ya que normalmente tendemos a magnificar y exagerar la experiencia.
Un programa de recuperación Post Covid, como el que dispone la Clínica López Ibor en Madrid, puede ayudarnos a salir del bloqueo y recuperar el control.
En conclusión: no confundir planificar con controlar, si mañana cambia algo poder reajustar mis decisiones adaptándome y dejándome llevar, que sea el día a día el que nos va marcando, e ir experimentando lo que estamos viviendo. Esto constituye un proceso de crecimiento y aprendizaje personal.
¡Compártelo!