En algunas ocasiones las personas podemos sentirnos bloqueadas, sin ganas de cambiar las cuestiones que percibimos claramente como fuentes de malestar en nuestra vida. Por ejemplo, una relación de amistad, el sitio donde vivo, mi puesto de trabajo, mi forma de relacionarme con un familiar, etc. Por otro lado, también puede ocurrir que existan acciones o proyectos que nos gustaría iniciar o aprender y no damos el paso: aprender un idioma, un deporte, iniciar nuevas relaciones sociales en entornos distintos, viajar, etc.
Detrás de esto pueden esconderse varios procesos psicológicos que generan y mantienen miedos. Estos procesos apagan nuestra motivación y retiran nuestra iniciativa hacia acciones que mejorarían nuestra propia vida. En este texto nos centraremos en uno de estos procesos: la indefensión aprendida.
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¿Qué es la indefensión aprendida?
La indefensión aprendida es un término acuñado por Seligman en 1965. Con ella quería referirse a un estado psicológico en el que la persona percibe una ausencia total de control sobre las contingencias de su entorno. Es decir, el usuario piensa que, independientemente de lo que haga, no va a poder manejar la presencia o ausencia de refuerzos y castigos en su vida. Por tanto, no actúa a la hora de fomentar su bienestar o evitar su malestar. Se crea una visión del mundo en la que se asume que el sufrimiento tiene que estar ahí, que es inevitable. Esto provoca que se dejen de buscar soluciones a los problemas, así como nuevas actividades y proyectos placenteros.
En resumen, la persona se siente incapaz de realizar ningún cambio en su entorno y lo que ocurra a su alrededor será inevitable, independientemente de su implicación. Este fenómeno lo podemos ver en todo tipo de ambientes. Por ejemplo, tras una crisis en mi ambiente de trabajo, mi manera de entender mi papel en él puede cambiar. Se aprende, entonces, esta indefensión en la que las personas se dicen a sí mismas, “para qué me voy a implicar si al final el proyecto no va a salir”.
La indefensión aprendida y la profecía autocumplida
Este proceso de indefensión puede unirse a otro concepto que nos puede ayudar a entender el mantenimiento de esta forma de entender y actuar hacia el mundo. Y este es el sesgo de confirmación o popularmente conocido como “las profecías autocumplidas”. Esto quiere decir que, si pienso que algo va a salir mal, no me voy a ilusionar, implicar o esforzar por que salga y, por lo tanto, tengo muy pocas probabilidades de que, efectivamente, salga bien. Además, si en efecto sale mal, lo único que haré será reforzar mi idea de que, por supuesto, como yo ya pensaba, iba a salir mal y, claramente, no puedo hacer nada para cambiar mi entorno.
Siguiendo entonces con el ejemplo anterior, la persona, por ese proceso de indefensión aprendida hacia el trabajo, se dice a sí mismo: “da igual lo que haga, el proyecto no va a salir”. Esto hará que no se implique en el proyecto y fracase, a lo que pensará: “ves, si es que no hay nada que hacer con este trabajo, sabía yo que saldría mal, menos mal que no me he implicado demasiado”, reafirmando su manera de pensar mediante este sesgo de confirmación y manteniendo su falta de implicación, motivación e iniciativa, ya que entiende que nada de eso le servirá ni será útil para que cambie nada.
Al final estos procesos nos llevan a no afrontar situaciones, sino a estar evitando todo de manera constante. Nuestra conducta cambia hacia una tendencia en la que evitamos en vez de afrontar los problemas o nuevos proyectos, manteniendo los problemas y las cuestiones que nos generan malestar o evitando iniciar cuestiones que nos fomenten nuestro bienestar. “Para qué me voy a apuntar a clases de tenis, si seguro que no se me da bien, no aprenderé nunca, es tirar el dinero” (esta interpretación hace que, efectivamente, nunca inicie la tarea y no aprenda a jugar al tenis, reforzando mi indefensión).
¿Cómo aprender y desaprender este estado psicológico?
Este proceso es aprendido, es decir, lo adquirimos mediante experiencias e interpretaciones previas. Y, como todos los procesos aprendidos, se puede desaprender. Además, es un proceso que tiende a generalizarse a otras áreas de la vida. Es decir, si entro en un proceso de “indefensión aprendida” hacia mi trabajo, será más fácil que comience a entender otras áreas de mi vida de la misma manera, extendiéndose así esta forma de interpretar las situaciones a otras áreas: “para qué voy a llamar a Juan, si seguro que tiene cosas mejores que hacer y no va a querer quedar conmigo”.
Como muchos de los aprendizajes que realiza el ser humano, tiende a ser automático. Esto implica que, en la mayor parte de las situaciones, ni siquiera me estaré dando cuenta de que lo estoy llevando a cabo, por lo que el primer paso para intentar cambiarlo es tomar conciencia de ello. Hay que analizar si puedo estar pensando de la manera descrita (solo puedo cambiar si soy consciente de lo que estoy haciendo y pensando). Si ya he identificado esta manera de entender y hacer hacia el mundo, puedo comenzar a generar una perspectiva de mayor afrontamiento. De manera progresiva, se inicia un proceso de cambio y aprendizaje nuevo hacia cómo funciona mi entorno y el manejo que puedo tener yo sobre él.
En conclusión, la indefensión aprendida es un proceso que se adquiere, nadie nace con él. Como dice el propio término, se aprende. Y, por lo tanto, podemos realizar conductas para modificarlo: reaprender una nueva forma de pensar, sentir y hacer hacia mi entorno. En definitiva, crear una nueva actitud que fomente la motivación, implicación e ilusión por los proyectos que rodean mi vida.
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