La depresión es una de las enfermedades mentales más frecuentes en la sociedad actual, siendo la principal causa mundial de discapacidad. Según la Organización Mundial de la Salud, esta enfermedad afecta a 121 millones de personas a nivel mundial, de las cuales, curiosamente, menos de un 25% tienen acceso a tratamiento. También advierte que una de cada cinco personas llegará a desarrollar un cuadro depresivo a lo largo de su vida. Pese a ser más prevalente en mujeres que en hombres, la depresión puede afectar a cualquier persona, independientemente de la edad y del nivel socioeconómico. Todo ello pone de relieve la necesidad de concienciar a la sociedad acerca de la importancia del cuidado de la salud mental.
De manera ocasional, es normal que nos sintamos tristes en determinados momentos, pero dichas emociones no suelen permanecer de manera constante en el tiempo. Sin embargo, cuando una persona padece un trastorno depresivo, el estado de ánimo bajo es de tal intensidad y perdura durante tanto tiempo que llega a interferir en la vida diaria de la persona, afectando al desempeño laboral, social y personal de las actividades cotidianas. Este estado de ánimo bajo no solo se caracteriza por sentimientos de tristeza, sino también por una falta de interés o de placer en actividades que previamente resultaban satisfactorias. Habitualmente dicha sintomatología suele ir acompañada por alteraciones del sueño, del apetito, ansiedad, falta de energía, problemas de concentración y, en los casos más graves, pensamientos de muerte.
No suele haber una causa directa para explicar la depresión, sino que se entiende como el resultado de la interacción entre diferentes factores biológicos, psicológicos y sociales que afectan a la persona. Aquellos que pasan por circunstancias vitales adversas, presentan mayor probabilidad de sufrir esta enfermedad. Aun así, pequeños factores estresantes de la vida cotidiana, como por ejemplo problemas de pareja, problemas laborales o preocupaciones del día a día, también suponen factores de riesgo a tener en cuenta. Todo ello, sin olvidar cierta vulnerabilidad biológica a nivel familiar, ya que existe un riesgo dos o tres veces mas elevado de padecer un trastorno depresivo entre los familiares de los pacientes con trastorno depresivo que en la población en general.
A nivel clínico, es una de las enfermedades con mayor posibilidad de tratamiento. Dependiendo de la gravedad de los síntomas y de las propias circunstancias de la persona, el tipo de tratamiento puede varias de unos a otros. De manera general, se pueden distinguir dos vías principales, una a nivel médico y otra a nivel psicológico.
A nivel médico, suele ser frecuente el uso de antidepresivos, los cuales actúan sobre los neurotransmisores (serotonina, noradrenalina, etc.), que se caracterizan por ser unas sustancias químicas que actúan a nivel cerebral ayudando en la regulación del estado de ánimo. A nivel psicológico, la psicoterapia ayuda a las personas no solo a entender y comprender de manera más clara su problema, sino que también trabaja diferentes formas de pensar y actuar que puedan ser eficaces para la persona. Ambas vías de tratamiento no siempre se llevan a cabo de manera independiente, sino que en muchos casos se pueden dar de manera complementaria.
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